viernes, 9 de abril de 2021

Achera


 

A la altura de la séptima montaña, el torrente, antes caudaloso, se dividía en tres arroyos; concomitancia, antinomia y apatía.


Eran los tres estados del hombre. Tres cauces diferentes que, sin embargo, llevaban la misma agua.


A Achera le gustaba recorrerlos en solitario, porque le recordaban a las vías del tren cuando se bifurcan.


Se desdoblan como la personalidad y eso las hace más humanas, más reales.


Se paraba ante el espejo, que eran las luces transparentes de un agua turbia como un cenagal, y se tocaba para averiguar cuál de los tres era él. O ella.


Ni si quiera sabía a qué especie pertenecía. Animal, vegetal o inmortal.


Como los tres ríos del alma. Como las vías perdidas que nadie reclama.



Imagen de; @lord.cah

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