A la altura de la séptima montaña, el torrente, antes caudaloso, se dividía en tres arroyos; concomitancia, antinomia y apatía.
Eran los tres estados del hombre. Tres cauces diferentes que, sin embargo, llevaban la misma agua.
A Achera le gustaba recorrerlos en solitario, porque le recordaban a las vías del tren cuando se bifurcan.
Se desdoblan como la personalidad y eso las hace más humanas, más reales.
Se paraba ante el espejo, que eran las luces transparentes de un agua turbia como un cenagal, y se tocaba para averiguar cuál de los tres era él. O ella.
Ni si quiera sabía a qué especie pertenecía. Animal, vegetal o inmortal.
Como los tres ríos del alma. Como las vías perdidas que nadie reclama.
Imagen de; @lord.cah
No hay comentarios:
Publicar un comentario