En el escaso trayecto que tenía por delante, me preguntaba cuál de todas sería ella.
La anciana recepcionista que siempre me miraba con un extraño e inquietante recelo cuando traspasaba el umbral de los cristales, casi siempre al caer el ocaso.
Las jóvenes orientales que masticaban y casi deglutían su comida a la luz de los fogones en una atípica noche casi primaveral.
Una voz anónima y desfigurada que se escapaba de una ventana entreabierta, reclamando un regalo que nunca llegaba. Las horas huían del sonido de la droga, de un barrio que se resistía a dejar de ser periférico.
Aquella cuyas palabras, como decía Joyce, eran los dedos que recorrían mis cuerdas.
Ella no era ninguna. O quizá todas al mismo tiempo.
Obra de; @lord.cah