Sus ojos, oscuros, ciegos y penetrantes, miraban a la eternidad del que se sabe condenado.
Apenas poseía unos harapos ennegrecidos y pestilentes, que fueron cobija y mortaja.
Adoradora de Belcebú. Tres sierpes y tres serpientes. Tres golpes de chapín.
Conventículo hermético y candente.
Nadie levantó la voz cuando el tornillo aplastó su nuca vulnerable y desnuda.
Solo una sombra, cuando sus huesos eran ceniza, comulgó.
Obra de; @lord.cah