La sentaron en la silla más cómoda del despacho.
Así podría sentirse más segura para exteriorizar todos los nubarrones que rumiaban sus emociones más ocultas.
Creían que la pobre e inocente víctima estaba enferma, porque sus dibujos eran tétricos, eróticos, violentos e inapropiados.
Inapropiados e indecentes, como los cuadros de Egon Schiele que hubo que quemar en la pira funeraria del mal gusto, encorsetado y marmóreo.
Fuera, en las calles, esperaba la tríada del dulce néctar de la libertad; auto censura-represión-terapia.
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Obra de; Ángeles Santos.