viernes, 30 de abril de 2021

Metamorfosis


 Me la encontré, por casualidad, un buen día de mayo. En el subsuelo del infierno.


Ella bajaba a por carne para sus perros, y yo merodeaba perdido entre el humo y el fuego. Me fijé en unos ojos que no eran suyos. Perdidos. Desorientados.


Con la mano extendida, me invitó a la superficie. Su cara iba transformándose, pero el color rojo que emanaba de su corazón no. Era el mismo, incluso más intenso.


Con elegancia, nos quitamos el sombrero para saludar con una reverencia a los señores que bebían de pajitas en el suelo.


El tiempo se hizo eterno, y fuimos pasando de dimensión; una isla mediterránea, las ruinas de una iglesia ubicada en mitad de un inmenso parque con carpas enloquecidas, y un desierto donde solo había cabezas sin ojos y minúsculas figuras agarrando con fuerza a la luna.


Finalmente, llegamos al último nivel; el suelo. Ahora, todas esas personas parecían normales, pero no lo eran.


Me enseñó que en lo profundo de su corazón, todos corrían rápido por pasillos deshabitados para tratar de huir de sus sombras, sin éxito.


La miré de nuevo, y me di cuenta que ahora sí había cambiado. Antes era un boceto. Ahora, un cuadro pintado con los más bellos colores.


Se había materializado. Había evolucionado a la mejor versión de un ser humano; artista y creadora.


A veces, por las noches todavía escucho a lo lejos los ladridos de los perros. Pero ya no los alimenta en secreto.



Fotografía de; @lord.cah 

miércoles, 28 de abril de 2021

Forrester


 

Mi profesor de escritura no era Tom Waits. Ni Forrester, aunque de él aprendí que el primer borrador se escribe con el corazón y se reescribe con la cabeza.


Mi profesor de escritura en realidad no era una persona. Al menos, no como lo entendemos comúnmente en este mundo.


Mi inspiración para escribir era un ser difuso entre la niebla y el viento. Un sueño. Fumaba sangre seca con tomillo.


Se sentaba en el parque y observaba. Veía la insensata actitud del género humano mientras especulaba acerca de la piel de los peces.  Pero, especialmente, me abrió la mente. A martillazos de palabras y verdades.


Me demostró que para escribir hay que escuchar. Y leer. Leer mucho. Sin parar. Leer y escuchar a los mejores.


A los genios ocultos de este extraño mundo. Gracias Lulú.


Fotografía de; @lord.cah

Búnker


 

Las gotas de la lluvia que caía en el exterior se colaban por los agujeros del cemento y hormigón herrumbroso.


Una vez más, siete escalones separaban la luz de la penumbra, a la que recibía una inmensa puerta de hierro oxidado. Abierta. Esperando mi llegada.


Las gotas mojaban mi pelo a medida que bajaba cada peldaño de piedra derruida por el maltrato.


La oscuridad cubría la mitad del portón, y ya no era posible dar un paso más sin caer en el abismo.


La linterna iba desvelando los secretos del lugar, como un hipogeo faraónico. Dentro del búnker solo reinaba el silencio.


Las ramas penetraban por las paredes. El agua goteando.


Y una enorme y desvencijada silla de madera. Sola, en mitad del centro de la sala, con un foco de luz que se abría de la bóveda del techo y la iluminaba. Solo a ella.


En sus márgenes moría la vida y reinaban las sombras mojadas del cielo.


Fotografía de; Peter H.

martes, 27 de abril de 2021

Lagartos


 

En el país de los lagartos, la soledad valía su peso en oro. Se buscaba como al sol de agosto.


En ese universo, podía encontrar en mitad de la ciudad asfáltica y alquitranada una plazuela muy pequeña.


En ella, una mujer hablaba por teléfono mirando, pegada, a la pared.


También había un banco en el centro con dos hombres sentados juntos, pegados espalda contra espalda, atendiendo callados sus dispositivos electrónicos.


Fuera de la plazuela, todo el mundo interactuaba. Era como si en el país de los lagartos, el tiempo pasara muy despacio.


La gente no podía moverse. Tan solo mirar el mundo a través de una pantalla.


El país de los lagartos podía estar en cualquier plaza de cualquier calle. Y lo estaba.


Pero yo lo vi en ésta. En silencio. Camuflada.



Imagen; La casa de los lagartos. @elninodelaspinturas

domingo, 25 de abril de 2021

Reflejo


 

Había adquirido cierta soltura aparcando. Dos años después, me bastaban 2 minutos, y dentro. Aunque fuera de madrugada.


El ascensor estaba pasando la puerta y no me molestaba en dar la luz.


Metía la llave y lo llamaba, esperando únicamente con la luz de mi teléfono, mientras revisaba los mensajes.


Esa noche el ascensor, aunque estaba bajando, no llegaba. Era raro, porque eran las 3 de la madrugada y a esa hora no suele haber muchos vecinos usándolo, a parte de mí mismo.


De repente afiné un poco la vista para darme cuenta que había una extraña marca.


La marca era oscura. Una mano. Una mano solitaria en mitad de la pared. Aún no me había embargado el temor para dar la luz, cosa que intenté al comprobar que no era oscura.


La sangre, en la oscuridad, parece oscura pero cuando la iluminas, es tan roja como el infierno.


Al instante vi que la huella no estaba sola. En el suelo, unas siluetas la acompañaban en dirección a la puerta del sótano.


Por curiosidad, y alarmado por la idea que alguien estuviera herido al volver de la calle, traspasé la puerta para ver que las huellas se perdían en dirección a un pequeño cuarto de baño cerrado del sótano.


Me debatía entre la responsabilidad y la prudencia, pero mi ángel caído interior ya estaba llamando a la puerta antes que pudiera reaccionar.


Abrí lentamente, y para mi tranquilidad no había nadie. Solo la huella. La mano roja que se escurría y manchaba todo el espejo que tenía frente a mí. Y junto a la mano, unas extrañas e indescifrables letras. Como un mensaje.


Me acerqué a iluminar bien aquello y, de golpe, saltaron del cristal dos manos en carne viva que me asfixiaban el cuello.


Traté rápida y angustiosamente de zafarme de ellas, pero éstas eran más fuertes. Me empujaban, me arrastraban a la superficie del cristal.


Podía olerlo, y mi aliento golpeaba ya sobre su superficie. La cabeza se apretaba cada vez más fuerte al espejo, ahogándome.


Y de pronto, me soltó. Solo para darme cuenta que lo que ahora reflejaba, a mis espaldas, era una figura ensombrecida.


Me miraba, sonriendo, con los brazos extendidos y se acercaba.


Era ÉL.



Fotografía de; @jrp_fotos

sábado, 24 de abril de 2021

Hechicera


 

Su problema no es de indefinición, si no de confusión.


La tratan de encasillar en un arquetipo humano cuando ella, en realidad, no es de este mundo.


No es histriónica ni maléfica, aunque hace hechicería. Con la voz. Con los ojos. Con las manos.


Convierte en magia todo lo que toca, y se niega a civilizarse. Eso sería demasiado humano. Como un mesías, su reino no es de este mundo.


Algunos necesitan ver una legión de arcángeles pegando fuego al infierno. A mí me basta ver la claridad de sus ojos. Tan solo un segundo.


Ella no es una Venus caída, santo o demonio. Es polvo de estrellas, cayendo del cielo y llenando de luz el planeta.



Obra realizada por; @lord.cah 

viernes, 23 de abril de 2021

Silencio


 

Silencio mayestático.


Imperturbable. Impenetrable.


Victoria del verde sobre el gris.


Clorofila de cielo al óleo pétreo de cemento y hormigón.

Desechos


 

Aún recuerdo claramente subir por aquellas escaleras. El barrio en sí no era tan malo, pero entrar en el piso era como retroceder doscientos años a la época de la peste y el tifus.


Me extrañaba realmente que aquel sujeto no las tuvieras todas juntas, como una colección.


Ascender al piso y ver pequeñas cajas de comida en los peldaños me descolocó un poco hasta entender con alivio el motivo; eran para las ratas. Así, no entraban a las casas a robar la comida.


Dentro, un pequeño habitáculo que él llamaba hogar te golpeaba al mismo tiempo que el hedor que desprendían los cacharros de la comida que, por alguna razón, se tiraban con agua estancada a la bañera que hacía las veces de lavaplatos.


Un niño pequeño dormía semidesnudo en la cama de la ratonera que iba a servir de habitación para dos, y el hombre, amablemente lo despertó para poder ver el lugar en su esplendor.


Era como descender, de golpe, al infierno de Dante con ilustraciones de Doré.


Como dice el sabio Gerbos, "desechos de nuestro no ecosistema".



Obra realizada por; @gerbosart 

miércoles, 21 de abril de 2021

Calibán


 

Calibán no era ella. Enferma y contagiada de fantasmas que no existían, hubiera visto al mismo Dios si se lo hubieran pedido.


Pero ella aseguraba que la vio. Su enfermedad la postraba aquellos días en una cama que hacía las veces de prisión, y juró que aquella tarde, vio entrar una sombra amarilla por la ventana, que se transfiguró en Casilda.


No le sorprendió aquella hechicería, pues todos en el pueblo la tenían por bruja.


Tampoco le engañaban sus ojos cuando Casilda se abalanzó, como poseída por una fuerza sobrehumana, sobre la santa reliquia que colgaba de su cuello, con ánimo de arrancarlo, para desaparecer como un espectro en cuestión de segundos.


Pero no. Calibán no era ella. Ella era, simplemente, un verdugo a la fuerza. Jugaba el papel que le tocaba en la historia, y no era más que otro peón.


Calibán era Casilda.


Calibán eran aquellas mujeres que conocían más de la cuenta.


Calibán era saber lo que no debía saberse.


Calibán era desobedecer en un mundo de órdenes y castas.



Obra realizada por; @_ruthgomez 

martes, 20 de abril de 2021

Reflejo


 

Era un alma atormentada por la guerra. Lo que tuvo que ver llenó de pena un cuerpo demasiado joven para tanto dolor.


Tres años bastaron para pasar de pastor a sombra. Pálido reflejo de lo que era.


Aquella noche, en aquella trinchera, fue suficiente para matar su conciencia.


Eran tan jóvenes que no hacían ni media vida entre ambos. Pero era su vida o la otra.


Ni si quiera le dio tiempo a ver su cara. No sabía su historia. No podía poner rostro al drama de una familia.


Solo sabía que corrió huyendo para no volver jamás, al menos no por su propia voluntad.


La guerra se acabó y las majadas volvieron a ser refugio del ganado, pero algo se había roto para siempre dentro de él.


Por las noches, miraba el cielo estrellado y las sombras de los riscos donde quedó su adversario se hacían inmensas.


Eran una tumba descomunal, demasiado pesada para soportarla sobre sus hombros.


Él también se había convertido en un muerto. Enloqueció. Se obsesionó con aquel cuerpo que nunca fue encontrado. Ni enterrado.


Hasta una noche. El aniversario de su encuentro. Primero, se presentó como un pálido reflejo en la piedra.


Luego, un susurro del viento que acariciaba su nombre y tomaba forma de mano.


Le invitó a seguirle hasta lo más profundo del bosque, y se detuvo en aquel lugar iluminado por las antorchas del cielo.


Un alcornoque centenario hacía de techo y dos gruesas rocas de granito escondían un pasillo de hojas que apenas podía palpar.


A tientas, pudo tocar las paredes y orientarse hacia el suelo, donde al final lo encontró.


Años después, sus huesos yacían en la misma posición donde lo dejó. El reflejo que estaba frente a él no dijo nada.


Solo le miró, y él entendió.


Bastaron un agujero en el suelo y una simple cruz de madera.


Y así ambos pudieron descansar. Para toda la eternidad.

viernes, 16 de abril de 2021

Valhalla


 

Me dijeron que el oráculo se encontraba en lo más profundo del bosque. Ya no estaba en su cárcel de mármol.


Para acceder a él, había que pasar por un sinuoso camino lleno de zarzas.


Las ramas secas golpeaban con ira mi cara, y los graznidos de aves que no podían verse me rodeaban y llenaban la atmósfera como si fuera el mismo oxígeno que invadía mis pulmones.


Al fondo, sentado en un trono de madera tallado con esmero, y vestido con una túnica que apenas escondía sus partes más íntimas, estaba él.


Con un cuervo sin ojos posado sobre su hombro, tenía un gesto extraño, a medio camino entre la muerte y la locura.


Sus ojos eran blancos y la piel se confundía con el entorno. Hubiera carecido de sentido preguntarle algo, puesto que no me habría respondido. Al menos no con palabras que pudiera entender.


De sus labios apenas salían sonidos guturales carentes de lógica. No sabía dónde estaba hasta que lo vi claro.


Era esa región. La misma que Jack le describía a Netley como... "la región más oscura del cerebro humano, un abismo radiante donde el hombre va a encontrarse a sí mismo".


Su rostro impasible, el cuervo, su mueca desfigurada....Él no era un oráculo.


Era Alfrech, alter ego de Odín. El padre. El sabio. El creador. El omnipotente.


Un paisaje desértico. Mis manos ensangrentadas. Mi rostro cadavérico.


Valhalla.


Imagen; @lord.cah