Unos alacranes gigantes se comieron al perro. Me lo dijo el gato, mientras se posaba ronroneando sobre mi regazo.
Por eso todos desaparecieron a la vez.
Ahora ese gato negro de ojos brillantes comía alacranes, no ratones. Ya no caza, devora.
Al mismo tiempo, mi madre deposita cartas sin sentido por los buzones y timbra a todos lados.
Los ascensores suben y bajan y en el subsuelo del colegio, unas calderas instaladas en la última guerra calientan todo el edificio. Se va a deshacer a este paso, porque es muy viejo.
Mi amiga desespera por las calles de Londres y Madrid buscando el mejor camino. Aparece y reaparece. Y desaparece.
La busco en una calle sin mascarillas.
Sueños. Freud se empolvaría a gusto la nariz con mis regresiones.
Imagen; Francis Bacon
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