Azrael. Su nombre se escapaba como un susurro invisible entre sus labios.
Las ramas golpeaban con rabia mi cara, arañando cada centímetro de mi piel, como si estuvieran flagelándome para purgar mis pecados.
Por más que me adentraba en aquel jardín, no podía dejar de oír su lamento, como una gota de veneno entrando en mis tímpanos y perforando mi cerebro.
Escapé como pude, hasta caer de bruces frente a él. El Ángel Caído.
Él, que quiso ser Dios, con su mano posada en la frente, desnudo y entrelazado a la serpiente del pecado. Y con esa facción marcada por el terror.
La misma que ahora se dibujaba en mi rostro, al oír nuevamente su nombre.
Azrael, Azrael...
Obra de; Marlon de Azambuja
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