La sangre de Antonio Camborio y de diez mil gitanos cantando bajo la luna corría por sus venas.
Era el fuego fatuo, los patios de la Alhambra y un nazarí rindiendo Granada, todo a la vez.
Todo latente. Dormido, pero no muerto, bajo un manto de piel y tiempo.
Y cuando salía el folclore, desgarraba sus cuerdas vocales y partía sus manos.
Ella era la tierra helada de Sierra Nevada, quemada por el ladrillo enrojecido al sol del Sacromonte.
Un alminar de sangre que no se cansa de llamar a los dioses con su arte.
Obra de; @lord.cah
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