martes, 25 de mayo de 2021

Automóviles


 

Las laderas de un barranco gris y terroso desembocaban directamente sobre el cuartelillo. De entre los cubos de la basura, una liebre escapaba a brincos del lugar, como si fuera una señal advirtiéndome que en ese lugar no había más que muerte.


Era la antesala de un cementerio. Pero allí el blanco brillante de las osamentas daba paso al metal, la chapa y el plástico. Un cementerio de automóviles.


Siempre quise ver uno. En ellos, la vida estaba aún más presente que en las necrópolis. Allí, los cadáveres aún frescos se secaban al aire libre y las marcas y señales de su destino eran visibles a simple vista.


Por alguna morbosa razón siempre buscaba manchas rojas de entre los abollados parachoques y las lunas despedazadas sobre la guantera. Restos necrófilos de una vida más allá del cristal.


Es curioso, pero la luz adquiere una tonalidad diferente cuando miras entre el silencio.


Y solamente oyes el susurro del viento desplazándose entre las ramas. Más nítido. Más sincero.

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