Una sandalia sucia, vieja y abandonada era el último testimonio de vida.
Los escombros eran la alfombra de entrada, que daban la bienvenida al palacio del silencio, cubierto por la maleza a medio crecer, y adornado de medicamentos, correas y recetas.
Tenía un tétrico halo de mansión gótica donde esperabas encontrar una cara envejecida al otro lado de la pared, pero solamente las palomas y el eco del pasado habitaban el lugar.
Una música de fondo que no existía cubría el lugar con un escalofriante silencio que podías sentir recorriendo tu cuerpo, y la vida volvía a cobrar forma y sentido en cada habitación.
Por el suelo, abandonadas, cientos de historias anónimas cuyo recuerdo, por alguna razón, quedó sepultado para siempre; toma su medicación. Tarde normal. Crema en el cuerpo. Drenaje del ojo. Se queja. Molesta. Dormida. Nerviosa.
Memorias entremezcladas entre media dosis de olvido, silencio y hierba.
Memorias de vida. Recuerdos que callan.
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