lunes, 12 de julio de 2021

Manos


 

Sus lunes no eran al sol. Prefería la sombra discreta del mismo banco. A la misma hora. En el mismo parque.


Alejado del ruido. De sus ruidos. Los que le impedían dormir por la noche.


Contarse a sí mismo historias de amor no era suficiente porque, al despertarse y bajar a la calle, siempre hacía lo mismo, casi de forma ritual; mirarse las manos.


Arrugadas, envejecidas y canosas como el pelo. Los años en el paro le habían dado tiempo de sobra para leer cada línea de su piel. De sus dedos.


Y para preguntarse para qué servían esas manos. Para qué servía él, si es que tenía alguna utilidad.


Era en ese justo momento, el más oscuro de la mañana, en el parque, en el banco, en la sombra, cuando recordaba cada día las mismas palabras de Jodorowsky;


"Todo el mundo sirve para algo. Todo el mundo tiene un talento. Personal. Único. Es único en la eternidad, en el infinito. Eres único, pero tienes que descubrir cuál es tu unicidad".


Y entonces, sonreía. Todos sonreían.


Obra de; Mario Irarrázabal

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