El pelo azabache que acariciaba tu cara me impedía ver tus ojos y ese lunar en la mejilla que te hacía diferente.
Tu piel aceituna apenas cabía en el manto que te defendía del frío, y un vestido rojo era la última frontera entre tus huesos y la luna eterna, que ahora era verde olivo en tu homenaje.
Mirabas al suelo por la vergüenza heredada, porque ahora te empujan, te separan.
Y ponen entre medias mil cielos con mar y montaña. Destierro de hielo que nunca se acaba
Imagen; Isidre Nonell.
No hay comentarios:
Publicar un comentario