A veces, somos confesores de nuestros propios pensamientos.
Oteamos a través de la celosía de nuestros ojos,
y nos hundimos en el dulce sueño de nuestros pecados más oscuros e innombrables.
Y, anestesiados de morfina y culpa,
solo queda desnudarse y diseccionar los versos más ocultos de nuestras palabras.
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