Recuerdo tu reflejo bañando un mar de plata, adornado de grúas decimonónicas que se alzaban como gigantes fosilizados, de un tiempo de sangre y acero.
Ese sol tan tímido que se hacía esperar y que, por ello, calentaba con más fuerza que el polvo árido del desierto.
Recuerdo tus noches de vela y niebla, el humo que respiraban tus chimeneas de ladrillo viejo, y esas calles empedradas con olor a especias y mil idiomas.
Recuerdo buscar reflejada mi alma en cada golpe de luna, en cada noche apagada.
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