El humo del incienso se dispersaba, silencioso, junto a la custodia.
Su olor penetraba entre el cemento y llegaba a nublar los pensamientos.
El sanador movía sus manos con grandes aspavientos, exagerados a ojos de los profanos, para incrementar el efecto del ritual.
Sobre su cabeza, un cordón anudado acompañaba sus palabras….todo lo que vea, que crezca, todo lo que toque, se desvanezca.
No aceptaba dinero. Ni agradecimientos. Se sentía tocado por la gracia divina.
En otros tiempos, te habrían quemado. Se lo decía de forma respetuosa, pero firme.
Todos tenemos secretos que es mejor guardar. A poder ser, a dos metros bajo tierra y sepultados por una losa de silencio y granito.
Imagen de; Debra Hurd Art
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